miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Qué haremos con tanta leche derramada?



La solidaridad… vivimos en un país que es tan poco solidario que a veces me da pena, dolor, tristeza, desazón, sosiego. No entiendo, a pesar de mi esfuerzo por entender, algunas cosas que suceden.
Me atreví a pensar un paso más allá respecto de los acontecimientos que ocurrieron en éste último año de conflicto con la gente del campo.
Todos conocemos ya lo que se ha dicho, se dice y se dirá… “la soberbia de la presidenta”, “los trabajadores del campo”, “la leche derramada”, “los que corrían tras las góndolas a buscar la última bandeja de bife para meter en el freezer y acopiar”, “las violentas rastras en los caminos”, “las adhesiones del pueblo a su campo”, “los aplausos en las rutas”… todo eso… y además el miedo. El miedo a las palabras vehementes y el miedo a las palabras no dichas y el miedo a los signos y símbolos, el miedo a la incongruencia entre lo que se dice y se hace, miedo a la democracia, miedo a perder lo propio.
Y me pregunté cosas, me pregunté sobre la violencia, la fuerza, la pasión, la entrega, la lucha… Pensé en quienes se entregan a la lucha… y recordé el cacerolazo a “de la Rua”, en ese episodio histórico que terminó con el helicóptero. El colectivo de la clase media protestó, salió a la calle y hasta derrocó un presidente porque le tocaron SU propiedad privada, SU “quintita”, SU plata, SU futuro.

Parece que poco aprendemos, ya que ahora vuelve a suceder, el tema hoy es que la “quintita” tiene varias hectáreas y tenemos grandes hectáreas de cacerolazos por doquier, tractorazos, piquetes y en las rutas grandes máquinas que detienen a poderosos camiones que llevan alimentos, y en realidad un conflicto que no ayuda a nadie. Todos perdemos.
Nada tengo en contra de esta protesta en particular. Creo que es legítima en sus razones, en sus argumentos, en sus implicancias políticas, etc, pero quiero dar un paso más adelante en la reflexión, como si sacáramos la cabeza sobre la superficie del agua embarrada.

¿Alguna vez los argentinos podremos utilizar la vehemencia, la fuerza, las ganas, la pasión, la entrega que se han visto en todo un año de protestas, en defensa de algún valor colectivo, social, comunitario, fundamental? Hablo de realmente colectivo, no lo “gremialmente colectivo”, digo “colectivo colectivo”.

Las marchas y protestas están protagonizadas sólo por los directamente damnificados. El general de la población no se compromete.
Nadie salió con cacerolazos cuando se estaba destruyendo la educación pública y resulta que la educación de un país es nada más y nada menos que el futuro de todos.
Nadie sale con cacerolazos para exigir una salud pública de calidad.
Nadie sale con cacerolazos para pedir justicia y seguridad para todos.
Nadie sale con cacerolazos para que exista un proyecto de país para lograr el futuro que queremos, que amamos.
Nadie sale con cacerolazos para defender la cultura, la ciencia, los artistas, los científicos, los maestros, los médicos, los jubilados, y todos los sectores más desprotegidos de nuestra sociedad.

Nadie mira al costado, al próximo.

Nadie salió a cortar rutas para que el presupuesto educativo sea más alto, sobretodo el de la escuela pública, que es un bien, patrimonio y derecho de todos los argentinos y a la que asisten la mayoría de nuestros hijos, amigos, nietos, sobrinos, ahijados, amiguitos… la educación.

Nadie salió con cacerolas para defender los hospitales que se caen a pedazos. Allí está la salud de nuestro pueblo, de nuestro futuro, de nuestras generaciones venideras. La salud es un bien, un patrimonio y un derecho de todos los argentinos.

Nadie sale con cacerolas para que la justicia sea más expeditiva y menos burocrática, pero todos decimos… “justicia lenta ya no es justicia”. O para que haya mayor justicia social, que todos podamos vivir mejor… Aunque la justicia es un bien, un patrimonio y un derecho de todos los argentinos. O sí salen algunos, por intereses individuales y dolores particulares.

Nadie sale a la calle con sus cacerolas para que nuestra policía, que debe cuidarnos, tenga una mejor capacitación, instrucción, educación, etc como se merecen, para que nos cuiden mejor. Y la seguridad es un derecho de todos.

Nadie sale a la calle con sus cacerolas para defender el futuro, lo colectivo colectivo, la cultura, los niños…

¿Será que la enfermedad de la década del 90, que exterminó lo público a favor de las privatizaciones, nos ha dejado una marca imborrable que nos hace seguir mirando el ombligo, pensando y actuando sólo frente a nuestros propios problemas? ¿Será que si cada uno está bien, tiene su policía privado, su salud privatizada, su escuela privada, su barrio privado, su propiedad privada, no se moviliza para nada y que el de al lado se joda, se muera, se empobrezca, se vaya a la mierda? En consecuencia estamos así nosotros y nuestra cultura: absolutamente privatizados y privados de libertad general, de justicia social, de educación pública, de salud pública, que son bienes, derechos y patrimonio de todos.

¿Qué vamos a hacer con tanta buena leche derramada?
Porque de tonto sería afirmar que todas las protestas y salidas a las calles han sido incorrectas… por el contrario… han sido “atomizadamente” buenas, dispersas, unilaterales.

¡Qué síndrome tan patético es el que tenemos!
Síndrome de la anteojera que nos veda la mirada más allá de los límites de “nuestro propio” sentimiento.
Síndrome de no importarnos lo que les pase a “todos los otros” si estamos individualmente tranquilos.
Síndrome del sálvese quien pueda, solito y solo…
Síndrome de observar el mero aquí y ahora, nunca levantar la cabeza al futuro.

¿Qué vamos a hacer con tanta buena leche derramada?

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